En 2021, la mayor parte de los países de América Latina experimentaron un acentuado aumento en los asesinatos. Era de esperarse que la violencia resurgiera en la región, después del levantamiento de algunos de los confinamientos por Covid-19 más estrictos del mundo.
Gran parte de la población se hundió más en la pobreza, lo que quizá agravó ciertos males sociales, como el consumo de alcohol y drogas. Dado que las escuelas tardaron en reabrir sus aulas, los adolescentes regresaron ociosos a las calles.
La pandemia también dificultó el trabajo de la Policía. Las instituciones policiales se redujeron, pues los agentes se enfermaron o se requirieron para otras funciones.
A su vez, los grupos del crimen organizado encontraron nuevas oportunidades a medida que el mundo reemergía. El tráfico de cocaína aumentó y las pandillas cometieron asesinatos para apoderarse de las esquinas de expendio.
En Ecuador, ubicado entre dos países productores de cocaína y con un importante puerto para el contrabando de drogas hacia Europa, se duplicaron los asesinatos y se presentaron los motines de pandillas carcelarias más sangrientos de su historia. En Costa Rica, los asesinatos aumentaron en provincias útiles para el contrabando de cocaína. Los asesinatos por sicarios aumentaron en Paraguay y Perú.
«A pesar de una leve reducción en los asesinatos, México presenció una terrible violencia de carteles que, a manera de pequeños ejércitos, se enfrentaron por el territorio. A lo largo de la anárquica frontera entre Colombia y Venezuela, actores armados de todo tipo lucharon entre sí, dejando regueros de muertos y miles de desplazados.
Las fuerzas de seguridad de Venezuela fueron acusadas de matar a ciudadanos por doquier, tanto en distritos urbanos como en pueblos remotos. Los países del Triángulo Norte (El Salvador, Guatemala y Honduras) siguieron siendo algunos de los más violentos de la región.
Jamaica fue aporreada por una violencia tal, que el Primer Ministro del país se vio medio perdido en cuanto a lo que debía hacer. Y Haití, incluso antes del asesinato del presidente en el mes de julio, ya había entrado en conmoción, y tuvo su año más violento en una década.
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