Entre escándalos mediáticos y polémica, Carlos III se convierte en el nuevo rey de Reino Unido

Luego de siete décadas, el día más esperado para Carlos Felipe Arturo Jorge de Windsor llegó: su coronación, este 6 de mayo, como rey del Reino Unido y soberano de los otros territorios que forman parte de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth). Nadie duda de que se trata del heredero al trono inglés mejor preparado para asumir sus funciones, lo cual no significa que su país y el mundo estén preparados para él.

Hay más preguntas que condescendencia en torno a la añeja ceremonia que aviva el debate sobre la pertinencia de una monarquía que implica un gasto oneroso para el gobierno inglés, pero que también enciende los ánimos en varios rincones del planeta, al poner en tela de juicio la estela de agravios del antiguo Imperio Británico.

Son heridas que los siglos no han logrado cicatrizar. Basta escuchar a los líderes indígenas de las antiguas colonias que la víspera exigieron a Carlos III ofrecer disculpas por el legado de genocidio de la corona o hacer eco de la petición de Sudáfrica para que le devuelvan su diamante Cullinan (o Star de África), arrancado de sus minas en 1905, considerado el más grande del mundo, con un peso de 530 quilates y que adorna el cetro que portará hoy el monarca.

Mientras en el Museo Británico se exhiben sin pudor tesoros expoliados de varias culturas, como la bellísima escultura mexica de una serpiente de dos cabezas con mosaicos de turquesa –de la que nadie sabe cómo salió de territorio mexicano hace siglos para llegar a los cofres ingleses–, desde la Universidad de Birmingham, Kehinde Andrews, profesor de Estudios de Pueblos Negros, cuestiona: “Si esta no es la mayor celebración de la supremacía blanca, no se me ocurre qué lo sea, especialmente cuando se piensa en la duración, la pompa, las joyas y todo eso, ¿verdad? Así que si realmente se hablara en serio al decir ‘hey, queremos un futuro antirracista’, absolutamente no hay lugar para esta terrible institución (la monarquía)”.

Jamaica, país de la Commonwealth, afirmó el jueves que quiere separarse de la corona británica; casi al mismo tiempo, el primer ministro de Belice, Johnny Briceño, anticipó que su país será probablemente el próximo miembro de la Mancomunidad que se convierta en república, y criticó el papel de Inglaterra en el tráfico de esclavos.

Más de mil 500 manifestantes antimonárquicos anunciaron que se reunirían este sábado en Trafalgar Square para protestar al grito de No es mi rey, mientras otros, también pesimistas en cuanto al futuro de los Windsor, vaticinaron que la ceremonia será vista por apenas 300 millones de televidentes, nada que ver con los 2 mil 500 millones que en todo el mundo siguieron el funeral de Diana, la ex esposa de Carlos, fallecida en un accidente de tráfico en París el 31 de agosto de 1997. El acto de homenaje a la eternamente venerada Lady Di se realizó en la abadía de Westminster, en Londres, el 6 de septiembre de ese año, mismo lugar donde ahora, Camilla, la amante de su esposo, se convertirá en reina consorte.

Los activistas republicanos tratan de aprovechar el momento para por fin desmantelar esa institución de mil años de antigüedad cuyas telarañas ya no relucen, pero para llevar a cabo toda la parafernalia (principalmente por las medidas de seguridad) al gobierno británico parece no importarle desembolsar 150 millones de libras, es decir, poco más de 3 mil 300 millones de pesos, algo así como el costo de dos Estelas de Luz y cachito (poca cosa, dirían los nostálgicos de aquellos tiempos cuando se edificó la nada gloriosa Suavicrema o Monumento a la corrupción, como se conoce hoy a la construcción que Felipe Calderón dedicó al Bicentenario de la Independencia).

El caso es que la derrama económica que se espera en Inglaterra este fin de semana con motivo de la coronación de Carlos III, sólo para el sector de hotelería, restaurantes, bares y mercancía conmemorativa, es de alrededor de 2 mil 600 millones de libras (unos 58 mil millones de pesos mexicanos), cifra nada despreciable si se toma en cuenta que el país está afrontando una notoria inflación de dos dígitos.

La Jornada