«Escribo esta columna la mañana del dos de junio, a unos minutos de que abran las casillas. Dicen que la democracia es incertidumbre, y yo por el momento escribo únicamente con dos certezas: la primera, que Claudia Sheinbaum será elegida como presidenta de México y, la segunda, que la oposición -y ahora veremos a qué me refiero con eso-, muy a su pesar, va a seguir existiendo al día siguiente. Además de estas dos certezas, hay muchas preguntas que valen hoy y tal vez no serán preguntas mañana (como si Morena logrará mayorías legislativas o si ganará las siete gubernaturas que prevén las encuestas). Una pregunta, sin embargo, queda en el aire independientemente de los pormenores del resultado electoral: ¿qué hará la oposición, a partir del lunes 3 de junio, para reconfigurarse y sobrevivir?
Para empezar a esbozar una respuesta, hay que aceptar que eso que llamamos oposición, aunque se ha amalgamado bajo el común denominador de su desprecio a AMLO y a todo lo que representa, no es un conjunto políticamente uniforme. Identifico, por lo menos, cuatro aristas: (1) La oposición partidista, oficialmente reconocible bajo los logos del PRI, PAN y PRD; (2) La otra oposición partidista bajo la bandera de Movimiento Ciudadano; (3) La oposición que se autonombra «ciudadana» y no se identifica con ninguno de los partidos y (4) La oposición que es vocal contra el obradorismo, tiene foros y micrófonos de amplio alcance, genera opinión pública y milita con partidos o candidatos pero no lo acepta abiertamente.
Pienso en estas cuatro clases como “aristas” de la oposición y no como sectores independientes porque, primero, no hay líneas prístinas que los separen y, segundo, porque en momentos coyunturales como el que vivimos ahora, dos o más de ellos pueden confluir. Por ejemplo, para esta elección, confluyeron alrededor de la candidatura de Xóchitl Gálvez los tres partidos de la Alianza -el PRIANRD-, el brazo «ciudadano» que se identifica con el nombre de «marea rosa» y una buena parte de los analistas y comentaristas políticos que, sin hacer explícita su preferencia por los partidos o, incluso, renegando de ellos, atizó la narrativa de «la democracia en peligro» y no sólo llamó -en algunos casos más subrepticiamente que en otros- a votar por Gálvez, sino que aconsejaron y marcaron el tono de una campaña sin rumbo que se dejó guiar por lo que se le ocurriera al comentarista en turno en las mesas de análisis.
Estas tres aristas, amalgamadas bajo el respaldo a una misma candidatura, se diferenciaron tajantemente de Movimiento Ciudadano, que en los últimos meses, incluso, se volvió el principal rival de la contienda Xochitlista. A Máynez y a su partido les dedicaron desaires y desprecios, como los comentarios indolentemente socarrones de Emilio Álvarez Icaza ante el trágico accidente ocurrido durante un mitin de ese partido en Nuevo León, o aquel comentario de López-Dóriga cuando dice que la boleta electoral tiene “dos espacios en blanco”, implicando que uno de ellos es el recuadro de Movimiento Ciudadano».
Sin Embargo