La derrota de la coalición centro-ultraderecha estuvo cantada desde el principio porque la figura, el discurso, las alianzas selectivas y el perfil político de la candidata panista Xóchitl Gálvez Ruiz se colocó en el muy definido y estrecho espacio ideológico del conservadurismo, sin entender la configuración social de la sociedad y sus necesidades de bienestar.
Xóchitl enterró sus posibilidades cuando permitió que el expresidente panista Vicente Fox Quesada dijera que ella iba a liquidar los programas sociales porque sólo beneficiaban “a los güevones” y el clavo de su ataúd político lo martilló con un lema de campaña excluyente de la realidad social: “vida, verdad y libertad”, por cierto, con un discurso que deslumbró a los intelectuales autoconvocados y autodefinidos en la derecha ideológica Héctor Aguilar Camín, Roger Bartra y Enrique Krauze.
La candidata lopezobradorista Claudia Sheinbaum Pardo no cayó en el garlito ideológico e hizo una campaña a partir de una realidad social que dinamiza las preferencias electorales: el 80% de los mexicanos padece de una a cinco restricciones sociales, el 60% de la población económicamente activa se localiza en la informalidad y la sociedad estaba clamando un modelo que rompiera el techo neoliberal de 2% de PIB promedio anual.
La coalición opositora, definida, financiada, operada, conducida y controlada por el empresario Claudio X. González se preocupó más por configurar un pequeño bloque hegemónico del arco derecha-ultraderecha ideológico del país y no supo aprovechar las precarias, decrecientes y disminuidas bases sociales populares del PRI y del PRD y de clases medias del PAN.
Las marchas de la marea rosa presentaron a las bases sociales de la coalición del PRI-PAN-PRD, mientras los grupos corporativos tradicionales del PRI, del PAN y del PRD paulatinamente se fueron pasando al espacio político, ideológico y electoral de Morena y al discurso social del presidente López Obrador.
A pesar de la necesidad de presentar un bloque de poder, la coalición opositora se quedó desgastada en alianzas que sólo se veían las caras en las marchas callejeras y no convirtieron ese activismo social no partidista en potencialidad electoral a favor de los partidos a la hora de presentarse a votar en las urnas.
Y por cómo se presentaron las cosas en la madrugada del lunes, la coalición opositora se disolvió en la búsqueda de culpabilidades entre la candidata y sus partidos promotores. No se han dado cuenta que acusar de fraude electoral sentencian la continuidad y credibilidad del INE, al que apenas ayer defendieron en las marchas rosas.
Leonardo Álvarez