Fauna, de Nicolás Pereda: La filtración de la narcocultura en lo cotidiano

A la quietud de un pueblo minero en algún sitio al norte de México llegan Gabino (Lázaro Gabino Rodríguez) y Luisa (Luisa Pardo) para visitar a sus padres. Ambos hermanos desean pasar tiempo en familia, pero Luisa también aprovecha el viaje para presentar a su novio, Paco (Francisco Barreiro), un actor famoso por su participación en la serie de Narcos.

Apenas unos minutos después, la convivencia familiar comienza a llenarse tensiones, y como una válvula de escape, Gabino, inspirado en un libro que lee, imagina una realidad llena de misterio interpretada por su misma familia.

Fauna, del director Nicolás Pereda, es un filme que se divide en dos historias, una que nos relata lo cotidiano dentro de las relaciones familiares, y la otra, sobre un hombre en la búsqueda de otro sujeto sin razón aparente. Dos historias que se desarrollan bajo el velo de cómo la narcocultura se ha ido infiltrando en las vidas de la población.

“Lo primero que me interesó fue cuando estaba pensando sobre la representación de la violencia en México y cómo las series de televisión y el arte contemporáneo, narcocorridos y las películas de los últimos 10 o 15 años han formado como un idea de lo que es el narco en México y como que había algo de eso que me parecía peculiar y peligroso”, señala Pereda en entrevista con SinEmbargo.

Influido por libros como Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México (2018) de Oswaldo Zavala, Fauna: Desplazamientos (2012) del uruguayo Mario Levrero y el filme Sonata de otoño (1978) de Ingmar Bergman, el director comenzó a escribir su guión desde diferentes elementos que lo inquietaban y lo invitaban adentrarse en ellos.

“La labor de escritura de Fauna más que de escritor era como de compilador, era como una especie de cómo utilizo todos estos elementos que me interesan que según yo están vinculados de alguna u otra manera, cómo hago para que se toquen, para que hablen entre sí, para que se generen ecos y en ese sentido fue un proceso distinto a lo que habitualmente se imaginó uno que es el proceso de escritura, que es ir pensado en una historia en la cabeza y la vas escribiendo, para mí eran como elementos muy concretos y ver como encajaban todos ellos”.

Alejándose de su discurso político, pero con el interés de explorar a través de distintas narraciones cómo se ha ido escabullendo en el imaginario colectivo la narcocultura dio cuenta en la complejidad de un tema que termina cayendo en peligrosos estereotipos.

“Mi preocupación principal es la idea de la manera en que se representa la violencia en México. Se reduce al narcotráfico una serie de personas que por más que sí existan, que son estos capos de las drogas, son un eslabón pequeño más de una complejidad de un narcotráfico que va mucho más de esos capos y de estas personas. Estas personas son parte de un mecanismo más grande en las que están involucrados el Estado, por supuesto, los militares, la policía, los gobernadores, los presidentes municipales, los duelos de industrias”.

“Uno empieza a ver que, claro, ese universo del crimen organizado está totalmente metido en la fabrica social, totalmente metido en el Estado, y separarlo de esa manera como se suele hacer en la películas y darles el crimen organizado a estas personas con sombrero y con botas y grandes personalidades genera una posición muy cómoda para el Estado también porque entonces el Estado no se vuelve complice sino también se vuelve medio inepto, pero es mucho peor decirle al Estado que es un complice a que es el Estado te diga ‘no, no es que sea complice, sino que son muy fuertes para nosotros. Tienen mucho poder’”, agrega.

Sin Embargo