La estructura de poder…

Después de décadas de burócratas de traje oscuro, bien vestidos, de corbata verde o roja omnipresentes y un séquito de gutierritos en las oficinas públicas dispuestos a la obediencia perpetua, los mexicanos aún no vemos la suerte de transformar al país y esto sigue sucediendo por falta de contrapesos y de ciudadanía. Digamos… que los políticos siguen ganando…

En un país cuya transición política fue lograda por un exgerente de Coca Cola que no conoce mejor ideología que el marketing y sus palabras suelen ser más una suerte de slogans publicitarios que enunciados o juicios de valor coherentes, no nos extrañe que la democracia esté estancada.

Eso sí, Vicente Fox, hoy viste de falso demócrata contra López Obrador más que contra el “populismo” que lo llevó al poder en 2000, abraza a Peña Nieto y brinda discursos en la mismísima Venezuela en defensa de la democracia y contra el autoritarismo. Después de todo, pacificó al país en menos de cinco minutos y gracias a él “se votó al PRI de Los Pinos” (Ya fue bronca de Calderón dejar que Peña Nieto y el Nuevo PRI regresaran a Palacio Nacional).

Una sociedad mediatizada y confundida desde la televisión con la pasarela de los capos más buscados, incluidos el Chapo Guzmán y Javier Duarte esposados y sonrientes, por ejemplo, pues da cuenta de ese nivel de participación tan distinto y dispar no solo en el país, sino e nuestros ciudades y municipios.

No es que no se haya avanzado, pero aún hace falta mayor incidencia de la sociedad civil. Somos un mosaico desigual en ese sentido. Luego de décadas de reformas, es obvio que otra “reforma” para hacer funcional y viable al país no va a venir de quienes no quieren esa reforma: la ominosa e indolente clase política. Si de ahí no va a venir, ¿podrá venir de la sociedad?

Los mexicanos hemos atestiguado un sin número de reformas en todos los órdenes y muchas de éstas han transformado al país, tanto en el ámbito económico como en el político. Esto ha abierto enormes oportunidades para trascender hacia el desarrollo que eran inconcebibles en los setenta o principios de los ochenta, cuando el viejo mundo se colapsaba y la viabilidad tanto de la economía como del sistema político postrevolucionario habían claramente dado de sí. Sin embargo, lo que las reformas no resolvieron, ni siquiera se plantearon, fue la constitución de un nuevo sistema de gobierno, coherente con las consecuencias que los propios procesos reformadores trajeron consigo.

Al modificar los fundamentos de las decisiones en materia económica (sobre todo con el libre comercio internacional y el flujo de inversión) y de la forma de acceso al poder (con las reformas electorales), se alteró la realidad política del país pero nada se hizo para institucionalizar esas nuevas realidades y fuentes de poder ni mucho menos para modernizar el sistema de gobierno que, en su esencia, se remite al porfiriato. Tantas reformas y tan profundas no han cambiado una cosa fundamental: la estructura del poder.

Los partidos políticos y la clase política han hecho malabarismo y los mismos de siempre acaban gozando de los privilegios del sistema. Se ha reformado la forma de acceder al poder pero no quién tiene acceso; es decir, han sido reformas para ellos mismos: la ciudadanía ha estado ausente y sus problemas y demandas, aunque conocidas en esos ámbitos, no son reconocidas como válidas o relevantes. Que haya enorme inseguridad y violencia, pues sí, pero qué le vamos a hacer; que haya mucha corrupción, pues sí, pero es algo cultural; que la infraestructura es paupérrima, pues sí, pero estamos tratando de conseguir a una constructora idónea (En un “paso exprés” si es posible)…

Permítame insistir: Si el cambio de esa estructura de poder no se produce por la ominosa e indolente clase política, ¿podrá venir de la sociedad? … eso depende de nosotros.

@leon_alvarez