Perdedores en la Elección en EUA

No cabe la menor duda de quiénes fueron los grandes perdedores con el triunfo de Donald Trump: los medios de comunicación y las élites políticas.

En estas mismas páginas, la semana pasada hice una defensa de las encuestas que no se publican, y me referí a aquellas que, en determinado momento, solo son utilizadas para ajustar y medir la realidad de las campañas políticas y que no salen a la luz pública, por obvias razones. http://www.cabaret.mx/2016/11/16/las-reflexiones-del-cantinero-8/

También defendí la democracia norteamericana: si bien, se votó por un candidato homófobo, poco preparado para gobernar, misógino y con una posición retrógrada en muchos ámbitos, generó que los votantes se manifestaran en las urnas y esa es una expresión enteramente de libertad política. Nos guste o no la personalidad de Donald Trump.

En este contexto, este proceso político también desnudó un serio problema de credibilidad y evidenció la nula importancia de los medios. Se rompe un paradigma de los estrategas de campañas políticas. El candidato republicano superó a la opinión pública generada por la prensa, la radio, internet y la televisión. Su racismo, su misoginia y sus delirios de grandeza escapan al sentido común, pero no pudieron contra la masa enardecida que votó por un cambio. Por otro lado, aún y cuando los sectores “ilustrados” lo descartaron como un payaso, un fenómeno del show business, un populista de derecha, también perdieron y fallaron junto a las encuestas. En conjunto, nunca le atribuyeron méritos para convertirse en lo que ahora es: un jefe de Estado.

Después de cada debate, los analistas y los focus groups daban la victoria a Hillary Clinton, candidata mucho más informada, que transmitía un innegable profesionalismo. Los comentaristas juzgaban el contenido del debate sin tomar en cuenta que millones de votantes no buscan principios ni planes de gobierno, sino repudiar lo existente. Una frase de Trump apelaba a esa masa silenciosa e insondable: «Ella tiene más experiencia, pero es mala experiencia».

Hillary representaba a un sistema inoperante y era rehén de intereses tan poderosos como Wall Street y el Pentágono. La misma candidata que perdió hoy con Donald Trump, lo hizo ocho años antes contra Barack Obama. Su candidatura se explicaba, ante todo, por la dificultad de renovación de los demócratas. Ahí estuvo de problema.

Su rival se definía como un outsider dispuesto a sacudir la mafia en Washington. Y a hacerlo por vías poco amistosas. Trump nunca ha firmado un contrato con la simpatía. A esto hay que agregar su sentido de rompimiento e insolencia: «Puedo disparar en la Quinta Avenida y no perdería votos».

En nombre de la cordura, infinidad de columnistas juzgamos que su discurso carecía de atractivo. Pasamos por alto que sus votantes no necesitaban identificarse con él sino con su furia, enojo o rechazo al estado actual inamovible: no querían a uno de los suyos, sino a un superhéroe casi irreal, el billonario que viaja en su propio avión y soluciona problemas a patadas. Las filtraciones sobre sus desfiguros sólo contribuyeron a exaltar su diferencia.

Los encuestadores (grandes bufones de la gesta) dijeron que los dos candidatos eran considerados igualmente desagradables por el 54% de la población. Confirmaron que no se votaba por adhesión, sino por repudio.

¿Queda alguna esperanza para México? Sí, pero es incierta y evidentemente con muchas desventajas. Debemos defender el TLC y sus bondades junto con los grandes corporativos y empresas que se han beneficiado y por quienes se mantiene una estrecha cooperación económica también con grandes beneficios para quienes habitamos esta región del mundo. Hay capital humano y poderosos intereses de por medio, así que ahí veremos interesantes debates y mostraremos capacidad de negociación. La tenemos.

Sin embargo, me preocupa el alcance, la capacidad y las herramientas que tenemos para defender a la comunidad de mexicanos legales e ilegales, trabajadores formales o informales (sean o no sujetos de antecedentes penales) que se están jugando la vida en un país en el que la mitad de la población los rechaza. El triunfo de Trump empoderó a una gran cantidad de norteamericanos que poco a poco se observan públicamente como amantes de la discriminación racial, social, económica y política. Esto nos debe preocupar.

Este proceso electoral nos mostró, sin duda, quiénes fueron los grandes perdedores con el triunfo de Donald Trump: los medios de comunicación y las élites políticas norteamericanas.

@leon_alvarez