La del domingo 4 de junio 2017 fue una jornada de grandes lecciones y deja importantes retos para la clase política en función del proceso democrático en el que, desde mi punto de vista, ya no solo estamos atorados sino en grave y peligroso retroceso institucional.
Hemos atestiguado una de las elecciones más sucias y antidemocráticas jamás vistas; sobre todo, por la ominosa intervención gubernamental y la enorme cantidad de dinero (lícito e ilícito) que se operó, sin que autoridad alguna se haya siquiera ruborizado.
Hasta el momento, la decisión final, independientemente de que se hayan autoproclamado ganadores con los resultados preliminares del PREP, se irá a tribunales en Coahuila y Estado de México, simple y sencillamente porque la diferencia entre el primero y segundo lugar es menor a los votos considerados como nulos. Es decir, lo que sigue es probablemente un largo y costoso proceso judicial en el que todo puede suceder y dependerá de la capacidad jurídica y legal de los equipos que acusan de comprobar las trapacerías.
Al final, me parece que Estado de México quedará en manos del PRI, y Coahuila, es probable que vaya a quedar en manos de Acción Nacional, pero en ambos casos la moneda está en el aire, todavía. Independientemente de este tema que es totalmente judicial, en esta intervención me referiré de manera general a los ganadores de esta elección:
i) MORENA avanza y se consolida como la fuerza política a vencer en 2018. Hace un año o menos “nadie daba un duro” o se imaginaba que el partido que lidera López Obrador pudiera competir en un Estado que es bastión de un grupo político priísta como el de Atlacomulco. MORENA, por sí solo, no solo demostró que puede ser una verdadera opción de cambio, sino que por dos puntos porcentuales (si los tribunales así lo confirman) casi arrebata la gubernatura del Estado de México al PRI; pinta como partido en Coahuila; gana 17 municipios en Veracruz, entre ellos Coatzacoalcos y Xalapa; y logra una base electoral que lo colocan en una posición inmejorable rumbo al 2018.
ii) El grupo que controla el PRI y por tanto el equipo del Presidente. Todavía pudieron sacar una elección y concentrar todo el aparato del Estado en su favor. Les funcionó la estrategia de utilizar a los miembros del gabinete para maximizar los recursos destinados a la elección (hubo menos robo de dinero de operadores políticos) y por supuesto, fragmentar el voto. Eso le funcionó, tal vez, por última vez, y les da un respiro de cara a las elecciones del 2018. Sin embargo, es una victoria pírrica. Es innegable que si ganaron lo hicieron con 1/3 del padrón y a un costo altísimo; por tanto, es un espejismo pensar que fue una victoria que puede sostenerse en las elecciones presidenciales.
iii) El grupo que controla el PAN, entiéndase, Ricardo Anaya. Por supuesto que Josefina Vázquez Mota fue clave. Se especializa en perder pero esta vez con un objetivo, al parecer, programado: debilitar a su adversario político más acérrimo: Felipe Calderón y Margarita Zavala. Lo que para Ricardo Anaya es: “Estamos orgullosos de una gran mujer como es Josefina”, para el PAN tradicional es una derrota estrepitosa. Pasar del segundo al cuarto lugar como fuerza política en el Estado de México, no es muy alentador para los panistas tradicionales.
iv) El PRD da un salto de calidad. Si bien el PRD se jugaba su posición como partido morralla o protagónico, sorpresivamente queda en la tercera posición como fuerza política en el Estado de México. Tampoco nos equivoquemos, se trató del carisma de un candidato como Juan Zepeda; pero lo mejor, es que abre la puerta para que el grupo del PRD de Alejandra Barrales y Miguel Ángel Mancera puedan negociar en una posición de ventaja el próximo año. Con quién, eso es otro cantar. Definitivamente, no quedaron como partido morralla.
@leon_alvarez