Los líderes de la OTAN anunciaron el miércoles pasado que la alianza planea reforzar su frente oriental con el despliegue de más tropas en Bulgaria, Hungría, Polonia y Eslovaquia –entre ellas miles de efectivos estadunidenses–, y enviar “equipo para ayudar a Ucrania a defenderse de las amenazas químicas, biológicas, radiológicas y nucleares”. Si bien la OTAN no proporciona directamente armas, muchos de sus estados miembros sí.
En esta entrevista, el renombrado académico Noam Chomsky comparte sus ideas y visiones sobre las opciones disponibles para poner fin a la guerra en Ucrania, analiza la idea de la “guerra justa” y si el conflicto podría conducir al colapso del régimen de Vladimir Putin.
–Llevamos un mes de guerra y las conversaciones de paz se han estancado. De hecho, Putin eleva el volumen de violencia mientras Occidente incrementa la ayuda militar a Ucrania. En una entrevista anterior, usted comparó la invasión rusa con la invasión nazi de Polonia. Entonces, ¿la estrategia de Putin está sacada del manual de Hitler? ¿Se propone ocupar toda Ucrania? ¿Intenta reconstruir el imperio ruso? ¿Por eso se han detenido las negociaciones?
–Hay muy poca información creíble en relación con las negociaciones. Algo de la información que se filtra parece levemente optimista. Hay buena razón para suponer que, si Estados Unidos accediera a participar en serio, con un programa constructivo, las posibilidades de poner fin al horror podrían aumentar.
Cuál sería ese programa constructivo, al menos en términos generales, no es ningún secreto. El elemento primario es un acuerdo de neutralidad por parte de Ucrania: no integrarse a una alianza militar hostil, no albergar armas dirigidas a Rusia (incluso las que llevan el equívoco nombre de “defensivas”), no realizar maniobras militares con fuerzas militares hostiles.
Eso no es ninguna novedad en los asuntos mundiales, incluso cuando no exista nada formal. Todos entienden que México no puede unirse a una alianza militar encabezada por China, emplazar armas chinas apuntadas a Estados Unidos ni llevar a cabo maniobras militares con el Ejército de Liberación del Pueblo.
En breves palabras, un programa constructivo sería más o menos lo opuesto a la Declaración conjunta sobre la sociedad estratégica Estados Unidos-Ucrania firmada por la Casa Blanca el 1º de septiembre de 2021. En ese documento, que recibió poca atención, se declaraba arbitrariamente que la puerta estaba abierta para que Ucrania se uniera a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). También “daba remate a un Marco de Defensa Estratégica que crea un fundamento para el incremento de la defensa estratégica y la cooperación de seguridad entre Estados Unidos y Ucrania”, al proporcionar a este último país armamento avanzado antitanque y de otro tipo, junto con “un robusto programa de entrenamiento y ejercicio en consonancia con el estatus de Ucrania como socio de mayores oportunidades de la OTAN”.
Esa declaración fue otro ejercicio destinado a golpear al oso en la cara. Es una nueva contribución a un proceso que la OTAN (es decir, Washington) ha perfeccionado desde que en 1998 Bill Clinton violó la firme promesa de George H W Bush de no expandir la OTAN hacia el Este, decisión que suscitó enérgicas advertencias de diplomáticos de alto nivel, desde George Kennan, Henry Kissinger, Jack Matlock, William Burns (actual director de la CIA) y muchos otros, y llevó al secretario de la Defensa William Perry cerca de renunciar en señal de protesta, junto con una larga lista de otros funcionarios atentos. Eso, por supuesto, además de las agresivas acciones que golpearon directamente intereses de Rusia (Serbia, Irak, Libia y otros crímenes menores), realizadas a manera de maximizar la humillación.
La Jornada