Después de que Colombia se significó por ser un país altamente exportador de drogas, dominado por el poder de dos cárteles emblemáticos –Medellín y Cali –el narcotráfico colombiano dio un giro drástico en los últimos años: ahora el tráfico de drogas en el país sudamericano es operado por pequeños grupos criminales cuyas actividades y ganancias pasan desapercibidas para las autoridades. Sin embargo, el negocio es tan boyante como en el pasado.
La destrucción de los cárteles de Medellín y Cali, que ocurrió tras la muerte de Pablo Escobar en 1993 y la captura y extradición a Estados Unidos de los hermanos Rodríguez Orehuela, en 1995, respectivamente, devino en el surgimiento de cientos de organizaciones criminales pequeñas cuyos cabecillas ya no son ostentosos: ahora se presentan como empresarios y ganaderos exitosos; tampoco generan violencia y una forma de mantenerse en el anonimato fue haberles pasado la estafeta de la distribución y el transporte de enervantes a los capos y cárteles mexicanos, quienes se encargan de colocar los cargamentos de drogas en los grandes mercados de consumo, como Estados Unidos y Europa, por citar sólo dos de los más importantes.
Según los informes de la Policía Nacional de Colombia y la Drug Enforcement Adminitration (DEA) estos nuevos grupos dedicados al narcotráfico son tan discretos que son llamados “Los Invisibles”, pues no hacen gala de la ostentación y sus ganancias, que han disminuido pero son constantes, se invierten en el extranjero para no ser detectados por las autoridades fiscales colombianas.
Estas fuentes registran en sus informes y carpetas de investigación que en Colombia operan tres grandes narcotraficantes que son identificados por sus alias. A ellos, les atribuyen el movimiento más importante de enervantes desde Colombia que, en muchos casos, cruzan por Venezuela, desde donde se planean las rutas a seguir para las entregas vía aérea o marítima.
Actualmente los tres capos más importantes de Colombia son identificados por las autoridades locales y la DEA como “El Señor T”, “El Contador” y “La Araña”. A ellos se les atribuye la capacidad de mover hacia el extranjero la mitad de la droga que se produce en ese país y que se estima en unas 500 toneladas de cocaína al año.
Según el perfil de que disponen las autoridades, estos tres capos se han mantenido en el negocio debido a sus alianzas con cárteles extranjeros y bandas criminales locales; además, se mantienen en el anonimato y llevan una vida sin lujos.
“El Señor T” –establecen los informes –opera bajo una fachada de comerciante prestador de servicios; se abastece de la cocaína que se produce en demarcaciones como Catatumbo, Magdalena Medio, Cauca y Chocá, donde ha establecido pactos con miembros del Comando Central del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que tiene presencia en esos territorios.
Las agencias de inteligencia colombianas y norteamericanas, que han estudiado sus movimientos, aseguran que mantiene alianzas con cárteles mexicanos, chilenos, españoles y holandeses. Incluso aseguran que existen registros de algunos encuentros sostenidos en Venezuela.
El llamado “Señor T” no es cabeza de un cártel, como ocurría en el pasado. Este personaje del crimen organizado conformó una outsourcing y creó varias empresas en el exterior para canalizar sus ganancias sin dejar rastros.
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