Madrid.- En pleno invierno, cuando las temperaturas nocturnas suelen estar por debajo de los cero grados en más de la mitad del país, la solución que han encontrado centenares de miles de ciudadanos asfixiados por el desorbitado precio de la electricidad es hacer acopio de velas, linternas de pila, estufas de gas y colchas. Es la única forma de resistir ante el costo de la luz, que sólo en esta semana registró tres máximos históricos consecutivos y por encima de los 300 euros el megavatio hora (MWh), lo que supone un incremento de más de 460 por ciento en menos de un año y que ha convertido a 2021 en el año más caro de la historia para las familias en gasto eléctrico y en particular a este mes en el más costoso de todos los tiempos.
En las llamadas colas del hambre, es decir, esas largas filas de personas hambrientas y desesperadas que se forman en barrios, colonias y municipios del país para recibir comida y enseres de los bancos de alimentos se entiende mejor el sufrimiento que está provocando el precio disparado de la luz. Esos bancos de alimentos se nutren sobre todo de donaciones de ciudadanos a las puertas de los supermercados, que hasta ahora se centraban sobre todo en arroz, legumbres, pañales, leche o jabón y últimamente, desde que se descontroló el precio del servicio eléctrico, también demanda velas, linternas y colchas para afrontar los largos días y noches de frío invernal.
En el barrio de Tetuán, a un costado del mercado municipal, una madre de dos hijos de seis y nueve años de edad que responde al nombre de Aurora, de 32 años, lleva más de media hora esperando ser atendida. Con paciencia aguarda a que avance la cola mientras sus hijos están en la escuela y su marido, un joven que trabaja en la construcción, salió muy temprano a la obra. En mi casa ya no nos podemos permitir el lujo de encender la calefacción ni cocinar con el horno ni poner la lavadora en hora punta. Estamos al límite y tenemos miedo de que de un día para otro nos corten la luz, explicó a La Jornada mientras esperaba paciente su turno.
Cuando finalmente llegó al mostrador y una joven, muy sonriente, le ofreció las bolsas con comida, productos higiénicos y de primera necesidad, Aurora preguntó un tanto nerviosa: ¿No tendrá también mantas (colchas) o linternas? Y la respuesta de la voluntaria del banco de alimentos fue inmediata: No, lo siento mucho, se nos han agotado, pero vamos a traer más la próxima semana o en estos días.
Aurora y su familia cambiaron sus hábitos de vida desde que el precio de la electricidad se disparó casi 500 por ciento en menos de un año, así como el costo del gas, de la gasolina, de la vida misma, a raíz de los altos porcentajes de inflación también derivados del incremento del precio de la energía. Ahora, ella, su marido y sus dos hijos utilizan de forma habitual las velas para iluminar su casa por la noche, las estufas de gas para calentar o cocinar sin utilizar demasiado la electricidad y para las gélidas noches de invierno en las que la temperatura baja de cero grados han ido acumulando colchas para cubrirse.
Una de las principales organizaciones que distribuyen los llamados alimentos solidarios es la Fundación Madrina, cuyo presidente, Conrado Giménez, reconoció que, a diferencia de otros años y otras épocas, ahora hay mucha más demanda de colchas o linternas. Parecía algo imposible pero la pobreza energética que se está padeciendo en las casas es terrible y ahora que el recibo de la luz ha cruzado la frontera de lo imaginable, es imposible que la gente más humilde pueda pagarlo, reconoció, al advertir además que se trata de una crisis estructural a la que también se suma la inflación acumulada y el incremento de más del 6 por ciento de la cesta de la compra (similar a la canasta básica) en menos de un año.
El presidente de la Fundación Madrina advierte que el panorama es más que preocupante ante los precios de la energía, la vivienda, las rentas, la cesta de la compra y el transporte. Las familias vulnerables en las ciudades están atrapadas en una burbuja inmobiliaria y de deuda que podría explotar en breve. Las situaciones familiares son cada vez más de extrema pobreza y, hay que decirlo, la gente está pasando frío y por las noches se está alumbrando con linternas, como en los peores años de la posguerra.
La Jornada




