El reino del misticismo institucional

La construcción de instituciones es un proceso complicado y a veces tarda mucho; por mero ejercicio anecdótico y referencial: requiere gente con un talento que sobrepase el imaginario de los head hunters de Fox; los compañeros de universidad de Felipe Calderón; los amigos y compadres de Atlacomulco; o la reciente y fallida generación “bebeleche”, en Durango. El asiento de nuevas instituciones es un proceso directamente relacionado con la distribución de poder en la sociedad. Es una lección que nadie quiere tomar y mucho menos atender.

Por supuesto que no necesitamos arreglos institucionales “típicos” de una época caciquil y autoritaria; más bien, debemos fracturar el andamiaje desigual que excluye a las clases medias y en poder de la “clase política” en turno. El gobierno del cambio debe dedicar mucho de su inicial capital político para atentar, precisamente, contra un andamiaje institucional que ha propiciado desigualdad y exclusión, autoritarismo, parálisis y corrupción, en muchos sentidos. Por ello, el día de hoy requerimos de más ingenieros -y de menos predicadores- institucionales.

Esta discusión no es ajena a la actual congoja nacional –y estatal-. Ante la convulsión y el radicalismo de un sector de la sociedad (esos a quienes algunos llaman “nacos”), la estrategia debería comenzar por dejar atrás la contemplación de las instituciones como eficientes e inapelables contratos que nos fueron dados y a los que debemos resignación y adoración. Es necesario pensar sobre ellas como arreglos sociales –que no creaciones divinas- con diferentes cualidades que son más o menos imperfectas, y por lo tanto requieren de constante revisión, complementariedad y evolución.

Necesitamos instituciones que generen crecimiento económico con calidad y empleo y que además den causa a dinámicos procesos políticos. En nada ayuda empecinarnos en conservar instituciones que producen estabilidad si ésta se da en forma de parálisis. Para decirlo en otros términos: la estrategia de un gobierno de cambio debe partir del principio de que “No se echa vino nuevo en odres viejos; pues de otro modo, los odres se revientan, el vino se derrama, y los odres se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan”.

La idolatría institucional no ayuda sino a crear un mundo imaginario como evasión de los dilemas que tenemos frente a nosotros. Al hacerlo, fallamos en reconocer que en nuestro país los mercados no funcionan correctamente, el estado se colapsa, y existen relaciones de poder altamente asimétricas que están complicando la operación de ambos. Estas condiciones son, lamentablemente, propias de países que han enfrentado convulsiones sociales que sobrepasan la toma de una calle, una ciudad, o una tribuna.

La estrategia de reforma económica de las últimas décadas es una adecuada analogía (para Durango) respecto a la visión general de las instituciones en México. Con la reforma económica se crearon fuertes expectativas que no han sido cumplidas. La liberalización económica, por otro lado, ha debilitado el poder del estado, y con ello reducido su capacidad para implementar políticas sociales. Los poros en la red de protección social han exacerbado el descontento con las reformas, mermando la posibilidad de mantener no solo la transformación económica sino incluso la democracia. No debería sorprender, pues, la frustración de ciertos grupos sociales con las instituciones, ni tampoco su actual estrategia de jaque. En donde la dictadura del mercado rige, el autoritarismo de las masas se convierte en una alternativa tentadora para algunos. La liberalización económica subestimó la importancia de la complementariedad que necesariamente existe entre las empresas, el mercado y el estado.

Puede ser paradójico… que un “gobierno de cambio” termine su mandato idolatrando como legado histórico a muchas de las instituciones que dejaron de ser útiles y funcionales desde hace tiempo.

Vale la pena no olvidar que la construcción de instituciones es un proceso complicado en el que el talento y la distribución de poder es clave.

@leon_alvarez