Las empresas dedicadas a producir comestibles ultraprocesados han transformado la manera en la que se alimentan las y los mexicanos, así como habitantes de otros países, al normalizar su consumo en exceso y ocultar información sobre el daño que causan.
En cambio, para promocionarse, estas industrias recurren a estrategias como financiar investigaciones sin sustento científico, cabildear con funcionarios para evadir restricciones, además de realizar grandes campañas publicitarias y pagar a especialistas de distintas áreas de la salud para limpiar su imagen, alertó Marion Nestle, académica y activista en temas de nutrición.

“El sistema de alimentación tradicional mexicano, respetuoso con el medio ambiente y nutricionalmente completo, era delicioso y alimentaba a la población, pero no daba dinero a las grandes empresas. Las empresas alimentarias no son agencias de servicios sociales, no son organismos de salud pública, son empresas. Obtienen sus ganancias diseñando alimentos para los que pueden comprar ingredientes a muy bajo precio, y luego empaquetarlos con sabores y texturas añadidos que imitan el sabor de los alimentos reales; les hacen mucha publicidad para enseñar a la gente a preferirlos y a pensar que son modernos”, expuso para el programa En Defensa del Consumidor.
La investigadora agregó que, de esta forma, el sistema alimentario actual está concebido para que las corporaciones obtengan dinero, no para alimentar a la gente con comida sana.
Por su parte, Cristina Barros, integrante de la campaña Sin maíz no hay país, recordó que la agroindustria también se ve afectada por la elaboración de los ultraprocesados porque muchas de las tierras se están dedicando a producir insumos para su fabricación, lo que daña al medio ambiente.

“Como el aceite de palma [que se siembra] en monocultivos, estos son muy depredadores, arrasan con la selva amazónica o con la selva de Chiapas y ese aceite sólo se usa para los ultraprocesados, no es para la alimentación directa de las personas. Lo mismo podríamos decir de la soya, han inundado el mundo con soya transgénica y se usa la lecitina de soya para los ultraprocesados también. En el caso del maíz transgénico, se usa para producir jarabes de alta fructosa y almidones, que van a la industria de los ultraprocesados”, señaló la activista.
De acuerdo con Cristina Barros, estas producciones han desplazado en México el sistema de la milpa, que se basa en el aprovechamiento racional de los recursos naturales donde, desde el comienzo y hasta el final de la siembra hay posibilidad de contar con alimentos. “En la milpa está el maíz, la calabaza, el frijol, los quelites,p el chile, plantas de ornato, también hay plantas medicinales e insectos comestibles, los que llegan a comerse los frutos de la milpa, tejones y demás que también pueden comerse”, mencionó.
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