Esta semana sucedieron tres eventos que están relacionados: los resultados de una nueva autopsia al cuerpo de una mujer de 18 años en Nuevo León; la entrega de un premio literario; y una denuncia judicial de algunas mujeres del PRI en contra de la gobernadora de Campeche. Estos tres episodios están conectados entre sí porque revelan cómo la esfera pública no logra acomodar el tema de violencia contra las mujeres y opta por usarla. De esa desorientación trata esta columna.
La nueva autopsia del cuerpo exhumado de Debanhi Escobar derrumbó la idea promovida por medios de televisión como Milenio y diarios como Reforma y El Norte de que la víctima había provocado su propia muerte. Desde el primer momento de su falta, las autoridades tanto de Nuevo León como de Monterrey trataron de esconder el hecho de que hay 52 mujeres asesinadas en lo que va del año, 41 de ellas en la ciudad capital, Nuevo León. El gobernador, Samuel García, dijo en esos primeros días: “Es un problema que se agravó con la Covid, con problemas de salud mental, de falta de oportunidades.” Lo que quería decir Samuel García era que las mujeres estaban huyendo, no que estaban siendo secuestradas y ejecutadas. Fue hasta el día 13 que la policía “encontró” el cuerpo en una cisterna del Hotel Castillo, un lugar que había sido “cateado” cuatro veces por los cuerpos de seguridad y en cuyos alrededores la familia de Debanhi había instalado su propio campamento de búsqueda; también fue el lugar en el que un chofer de taxi le tomó la última fotografía a la muchacha, esa que se viralizó, la falda de vuelo, los zapatos tenis, el rostro cruzado por un cubrebocas. Ante lo insólito del descubrimiento del cadáver de la joven en el lugar más inspeccionado, el secretario de seguridad de Nuevo León, Aldo Fasci, acuñó una frase: “falla humana masiva”. Otra vez, la idea era evadir la responsabilidad y diluirla en una “masa” de personas que se equivocaron. Era el 21 de abril de 2022. Una semana después, en los canales de televisión abierta de Milenio y Multimedios, la conductora Azucena Uresti transmitió unos videos que contaban la historia de una muchacha que había comprado bebidas alcohólicas para irse a varias fiestas, discutió con otro muchacho, y que terminó cayéndose en el hueco de una cisterna donde se había, finalmente, ahogado. La intención de Uresti, quien en un WhatsApp confesó que su noticiero estaba apoyando a la Fiscalía a pesar del “error humano masivo”, era diáfana: a las mujeres no las asesinan, se accidentan por emborracharse. Para darse ínfulas, Uresti deslizó una insidia final. Dijo: “Al interior de la cisterna encontraron también las pertenencias de Debanhi. Por respeto a su familia, no voy a revelar lo que nos han dicho extraoficialmente respecto a qué tenía en el interior de la bolsa”. Era un chisme que llevaba a su público a pensar en que la chica de 18 años podía haber traído drogas, una pistola, o una carta de suicidio. Nunca lo detalló, pero sembró la duda. En los siguientes días, la televisión privada se abocó a entrevistar a las amigas de Debanhi tratando de responsabilizarlas, ahora, a ellas. Nada se dijo de un feminicida, de un autor material del homicidio, y todo se trató con la beatería, la santurronería que durante siglos ha permitido que las víctimas sean culpables de sus desenlaces: “mujer que sale de noche, ella misma se lo buscó”: Fabrizio Mejía.




