Tienen efecto búmeran las sanciones a Rusia por la guerra en Ucrania

La guerra económica que mediante sanciones de todo tipo desataron Estados Unidos y sus aliados contra Rusia –en respuesta a la otra guerra que ésta lanzó contra su vecino eslavo, Ucrania– no ha detenido la llamada operación militar especial y hasta resulta contraproducente.

Mucho se ha publicado en estas páginas sobre la suerte de efecto búmeran que están teniendo algunas restricciones contra la economía rusa, sobre todo en Europa.

Sin ánimo de repetir lo que es sabido, para ubicar el tema en su contexto vale la pena recordar –a modo de síntesis– el desmesurado precio que se ven obligados a pagar los consumidores europeos por la energía eléctrica y por la gasolina, debido al incremento del precio del gas natural (que se usa para generar electricidad) y del petróleo.

Se quiere castigar a Rusia y los europeos acaban pagando más por todo, pues las subidas de la energía eléctrica y la gasolina repercuten negativamente en una inflación que se extiende a todos los ámbitos.

Al bloquear la importación de cereales rusos contribuyen a generar la amenaza de crisis alimentaria en el mundo; al cancelar sus negocios con contrapartes rusos, dejan de ingresar millones de euros; al cerrar sus tiendas en Rusia, pierden un mercado que era prometedor; al cerrar el espacio aéreo europeo, dejan de recibir el flujo de turistas rusos que se ven forzados a buscar otros destinos.

Es una verdad incontestable y define la mitad de lo que está pasando en el corto plazo.

Los medios de comunicación locales, la televisión ante todo, que constituyen aquí la única fuente de información autorizada, prefieren no hablar del otro lado de la moneda: las severas dificultades que ya está generando en Rusia esa avalancha de sanciones y que, en opinión de Tatiana Mijailova, investigadora de la moscovita Escuela Superior de Economía, van a excluir a Rusia de la cadena mundial de producción, provocar su aislamiento y retraso tecnológico, lo cual llevará a su degradación paulatina.

Los sectores que utilizaban componentes extranjeros –la aviación, la industria automotriz, la agricultura, la industria petrolera (este mismo sábado se informó que la extracción de petróleo en el proyecto Sajalín-1 se detuvo al irse del mercado ruso ExxonMobil)– son los primeros en resentir las sanciones, al tiempo que la caída de los ingresos reales de la población, por ahora del orden de 8 por ciento con datos de mayo, van a reducir el sector servicios y tendrán que cerrar muchas empresas, aumentando hacia fin de año el desempleo.

Muchas empresas tienen serios problemas para sustituir las altas tecnologías que importaban y las piezas de repuesto que necesitan, lo cual frena su producción. Aunque parezca increíble esa dependencia de las altas tecnologías foráneas afecta, según el experto militar Liev Fiodorov, incluso a la fabricación del famoso Armata, publicitado como el mejor tanque del mundo, pero que el ejército ruso dispone de no más de 10 unidades que sólo usa en los desfiles en la Plaza Roja.

Para paliar esta situación Rusia legalizó las importaciones paralelas, que son productos legalmente fabricados en otros países que se importan sin permiso del titular de los derechos de propiedad intelectual, como define el concepto la Organización Mundial de Comercio.

De ese modo, se exime a los empresas locales de cualquier tipo de responsabilidad por traer a este país lo que dejó de exportarse aquí de modo directo, aunque sin poder ofrecer garantía ni mantenimiento (https://cutt.ly/KLa9493).

Las empresas de países formalmente aliados, China por citar el caso más llamativo, sin hacer mucho ruido Xiaomi, Huawei, Lenovo, UnionPay y otras reducen el volumen de negocios con Rusia o de plano se retiran de este mercado como Honor y DJI para evitar verse afectadas por sanciones secundarias.

Por la misma razón, el gobierno de Kazajistán anunció que no va a permitir que se utilice su territorio para eludir las restricciones occidentales impuestas a Rusia.

La Jornada